Oaxaca.- Guadalupe Ramírez, llamada por sus vecinos ‘Ná Lupita’, es una mujer indígena zapoteca de 70 años edad. Con la llegada de los parques eólicos a su comunidad, Unión Hidalgo de Oaxaca, en México, se convirtió en activista. Hace una década, cuando tenía 60 años, comenzó un proceso autodidacta para aprender sobre energía eólica, derecho internacional, derecho agrario y obligaciones del Estado con las comunidades indígenas y así poder defender el territorio.

A pesar de que los estándares internacionales indican que los aerogeneradores no deben estar cerca de las comunidades para evitar afectaciones por el ruido, en Unión Hidalgo estos son parte del paisaje y el sonido de escucha de manera constante. El paisaje sonoro que anteriormente era dominado por las aves, ahora se integra por el incesante sonido que generan las aspas de los más de dos mil aerogeneradores que se han instalado.
En la actualidad existen 28 parques eólicos en la zona del Istmo de Tehuantepec en Oaxaca, México. A lo lejos se observan los aerogeneradores de La Venta, Unión Hidalgo y Santo Domingo Ingenio. Hasta el momento, Ná Lupita acumula una gran victoria: que Desarrollos Eólicos Mexicanos (Demex) no haya instalado ningún aerogenerador en sus terrenos. Además, este 2021, junto con su comunidad, Ná Lupita se enfrenta a Électricité de France (EDF), empresa que busca instalar el parque eólico Gunna Sicarú en Unión Hidalgo.
Hasta hace algunos años, ‘Na Lupita’ era la única mujer que asistía constantemente a las asambleas de comuneros en Unión Hidalgo. Con el paso del tiempo, se han incorporado muchas más. Su defensa ante EDF se basa en dos procesos: una demanda ante un Tribunal Francés y un amparo que ordena a la Secretaría de Energía llevar a cabo una consulta indígena adecuada. Ambas empresas fueron contactadas para la realización de este reportaje, pero hasta el cierre del texto no se recibió ninguna respuesta.
En septiembre de 2017 un sismo de 8.2 devastó la región del sureste de México, incluyendo la zona del istmo de Tehuantepec. En la esquina de la casa de la señora Guadalupe, una vivienda en ruinas es el permanente recuerdo del abandono que sufrió su comunidad. De hecho, la resistencia de Ná Lupita también es ante el Estado mexicano que ratifica acuerdos internacionales, pero no los cumple, algo que sostiene también una investigación de la Universidad Autónoma Metropolitana de México. En la instalación de los parques eólicos de la región se ha violentado el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que garantiza el derecho de los pueblos indígenas a la consulta previa, libre e informada.
A finales de los años noventa, “unas veletas muy chistosas”, tal y como describe Ná Lupita, aparecieron en el paisaje. Las torres con turbinas blancas se multiplicaron en la región rápidamente. En 1994 se instaló el parque piloto conocido como La Venta en Juchitán, un poblado a solo 20 minutos de Unión Hidalgo. Tanto ‘Ná Lupita’ como otras personas de la comunidad lograron que los aerogeneradores no se instalaran en sus tierras. Por ello, en el Istmo de Tehuantepec, se observan espacios vacíos dentro del parque eólico.

A pesar de que los parques eólicos se venden como energías “verdes”, algunas de las afectaciones que denuncian las personas que habitan Unión Hidalgo es la contaminación de sus tierras por el aceite que escurre por las aspas de los aerogeneradores. Hasta la fecha, el rancho de la familia se encuentra rodeado de aerogeneradores, pero no invadido. En lugar de torres metálicas, Ná Lupita tiene sembradíos de sorgo, maíz y frijol, sigue viendo como crecen los árboles frutales que las gallinas ayudan a abonar y sus animales cuentan con un amplio espacio para pastorear.
Desde que ‘Na Lupita’ comenzó su labor de defensa de la tierra y el territorio de su comunidad, otras mujeres se han unido al Comité de Resistencia y se han involucrado en actividades informativas para prevenir la instalación de otros parques. En la imagen Rosario, Rosalba y Guadalupe se encuentran a un costado de un aerogenerador de la empresa Demex. “No talaban los árboles, los destruían, no los dejaban ni para usarlos como leña”, cuenta Rosalba, una de las compañeras de resistencia de Lupita. Cree que eso lo hacían para “destruir la evidencia de que tenemos mucha diversidad acá en la región”. La presencia de flora y fauna en el espacio donde se construyó el parque quedó verificada en el Estudio de Impacto Ambiental del proyecto.
Con techo de lámina y mezclado con los escombros del temblor de 2017, las mujeres del Comité de Resistencia instalaron un comedor comunitario donde se servían tres comidas diarias para más de cien personas para sostener y cuidar a la comunidad en medio del abandono que sufrieron por parte del Estado.
(Con información de: El País)
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