Un hallazgo realizado en la zona de exclusión de Chernóbil podría ofrecer una solución a uno de los mayores riesgos para los astronautas: la radiación cósmica.
Se trata de un hongo negro, rico en melanina, que ha mostrado la capacidad de crecer y resistir condiciones altamente radiactivas, y que hoy coloca a científicos y agencias espaciales ante una posible herramienta biológica para futuras misiones fuera de la Tierra.
El interés internacional surgió luego de que, en 1997, la microbióloga ucraniana Nelli Zhdanova identificara 37 especies de hongos desarrollándose en áreas con radiación extrema en Chernóbil.
A pesar de tratarse de un entorno hostil para la vida humana desde el desastre nuclear de 1986, estos organismos no solo lograron sobrevivir, sino que mostraron un comportamiento inusual: avanzaban hacia las fuentes de radiación.
Investigaciones posteriores revelaron que los hongos contenían altos niveles de melanina, el pigmento que en humanos protege la piel de la radiación ultravioleta.
Nelli Zhdanova planteó que este compuesto podría desempeñar un papel similar frente a la radiación ionizante, lo que explicaría su permanencia en la zona contaminada.
La teoría dio un paso decisivo en 2007, cuando la científica nuclear Ekaterina Dadachova, del Colegio de Medicina Albert Einstein, descubrió que los hongos se multiplicaban con mayor rapidez al ser expuestos a radiación.
A este proceso lo denominó “radiosíntesis”, una posible forma de conversión de radiación en energía utilizable gracias a la melanina. Aunque la hipótesis continúa en evaluación, abrió la puerta a posibles aplicaciones tecnológicas.
La comunidad espacial observó de inmediato el potencial del descubrimiento. El Dr. Arturo Casadevall, de la Universidad Johns Hopkins, destacó que la melanina podría funcionar como un escudo biológico, capaz de reducir la exposición a la radiación cósmica durante viajes prolongados.
Este tipo de protección es uno de los principales retos para misiones proyectadas a la Luna, Marte y otros destinos.
En 2018, una cepa de estos hongos, Cladosporium sphaerospermum, fue enviada a la Estación Espacial Internacional (EEI) para comprobar su comportamiento en microgravedad.
Los resultados señalaron un crecimiento acelerado y mostraron que una delgada capa del hongo era capaz de bloquear parte de la radiación registrada por un sensor colocado bajo su cultivo.
Aunque no se ha determinado si el aumento en su desarrollo se debió directamente a la radiación, el experimento confirmó su potencial como biomaterial protector.
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El mismo organismo que prospera en uno de los lugares más contaminados del planeta podría, en el futuro, integrarse en estructuras, trajes o recubrimientos que reduzcan la exposición de los astronautas a entornos radiactivos.
Además, su resistencia podría ser utilizada en programas de biorremediación en zonas afectadas por desastres nucleares como Chernóbil o Fukushima.
Este avance científico abre una nueva línea de investigación que combina biología, física y exploración espacial, y que podría transformar la manera en que la humanidad se protege más allá de la Tierra.
Fuente: Excélsior
