InicioColumnasEl reality show más grande (y absurdo) de la historia

El reality show más grande (y absurdo) de la historia

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“Encima de la mesa había un borrador de una carta del presidente estadounidense dirigida al presidente de Corea del Sur en la que daba por finalizado el Acuerdo de Libre Comercio entre Estados Unidos y Corea, conocido como Korus. […] durante meses Trump había amenazado con retirarse del acuerdo, una de las bases de la relación económica, de la alianza militar […] Cohn no podía creer que el presidente Trump se arriesgara a perder un recurso de inteligencia tan crucial para la seguridad nacional de Estados Unidos. […] Trump cambiaba constantemente, se mostraba errático e inestable. Si se ponía de mal humor o si algo, de poca o mucha importancia le exasperaba, hacía referencia al acuerdo de comercio Korus y afirmaba <<hoy mismo salimos del acuerdo>>. Pero ahora había una carta, con fecha del 5 de septiembre de 2017, que podía desencadenar en una catástrofe de seguridad nacional. Cohn temía que Trump acabara firmando la carta si la veía. Cohn cogió la carta del escritorio Resolute y la metió en una carpeta azul que tenía escrita la palabra <<GUARDAR>>. —La cogí de su mesa —comentó luego a un colega—. No iba a dejar que la viera. Nunca verá ese documento. Tengo que proteger al país.

Un agente del caos

Lo anterior es un fragmento del libro Miedo, del legendario periodista estadounidense Bob Woodward, en el que se narra cómo Gary Cohn, exconsejero económico de Trump, tuvo que esconderle documentos al presidente, ya que este, por un capricho, iba a comprometer la seguridad nacional de su país. Así fueron los últimos cuatro años en la Casa Blanca, donde un staff estupefacto intentaba apagar los incendios que el presidente pirómano provocaba. Un gobernante ignorante, inestable y pusilánime, quien, por ser incapaz de manejar sus emociones, ponía en riesgo la vida de millones de personas.

Desde que el 16 de junio de 2015, en Nueva York, Trump anunció su candidatura a la presidencia, supimos que esto no era normal. Que un aspirante presidencial llamara a los mexicanos asesinos y violadores era inaceptable. Parecía una broma de muy mal gusto, pero era real y resonó en las entrañas de la nación más poderosa del planeta. Desde ahí se dedicó a acrecentar su bajeza. Dijo que la presentadora Megyn Kelly lo increpó en un debate porque estaba menstruando y prometió prohibir la entrada de musulmanes al país. En sus mítines, alimentó los instintos violentos de sus seguidores, cada vez más devotos. Incluso, prometió que le ordenaría a los soldados que practicaran la tortura o que cometieran crímenes de guerra, como matar a las familias de los terroristas. Nada de eso logró contener el crecimiento de su popularidad. Esta no pereció ni siquiera cuando se filtró un audio donde se jactaba de asaltar sexualmente a mujeres. Ante todo pronóstico, la noche del 4 de noviembre de 2016 derrotó a su contendiente a la presidencia Hillary Clinton, en el que es probablemente el momento más perturbador de lo que llevamos de siglo.

Durante su oscuro discurso inaugural, el ya presidente Donald Trump, prometió ante todo “poner a los Estados Unidos primero”. Su desastroso manejo de la pandemia, donde intentó constantemente restar gravedad al asunto para proteger sus aspiraciones electorales dejó claro que sólo supo poner a Donald Trump primero.

Su mandato inició de forma inenarrable. Mandó a su secretario de prensa a decir que su toma de posesión había sido la más concurrida de la historia, a pesar de que la evidencia revelaba lo contrario, incluso una de sus voceras en los medios respaldó esa afirmación diciendo que eran “hechos alternativos”. El primer fin de semana como presidente emitió una orden ejecutiva que prohibía la entrada al país a viajeros provenientes de varios países de mayoría musulmana, generando protestas y caos en los aeropuertos. Eran tantas cosas tan desagradables que parecía que el tiempo transcurría más lento, como en años perro.

El show no se detuvo. Despidió al Director del FBI porque investigaba los nexos de su campaña con Rusia, en un claro movimiento de obstrucción a la justicia, provocando el nombramiento de un fiscal especial para continuar con la investigación. Llamó gordo al dictador de Corea del Norte y lo apodó “Hombre Cohete”, aunque luego se logró apaciguar la situación entre ambos e inclusive, según las palabras del propio Trump, “se enamoraron”.

La noche del 11 de agosto de 2017 dio inicio uno de los episodios más controversiales y bochornosos de su presidencia. Alrededor de 250 supremacistas blancos, con antorcha en mano, marcharon por la Universidad de Virginia y las calles de Charlottesville, gritando consignas como “los judíos no nos reemplazarán” o el eslogan de origen nazi “sangre y tierra”. Al día siguiente, en una protesta en contra del retiro de una estatua del general confederado Robert E. Lee, después de varios enfrentamientos entre manifestantes y contramanifestantes , uno de los supremacistas blancos atropelló con su coche a una multitud, matando a una mujer e hiriendo a diecinueve personas. Esa misma tarde, el presidente dio un discurso donde dijo: “Condenamos con la mayor fuerza posible esta indignante muestra de odio, intolerancia y violencia… desde muchos lados.” De esa manera, el presidente de los Estados Unidos Unidos de América, una nación con pasado esclavista, equiparó a supremacistas blancos y neonazis con aquellos que se les oponían. David Duke, exlíder del Ku Klux Klan, tuiteó: “Gracias, presidente Trump, por su honestidad y valentía para decir la verdad sobre #Charlottesville”.

Racista, corrupto, cruel e irresponsable

Pero esa no fue la única controversia racista que marcó su presidencia. En una reunión donde se discutían políticas migratorias y de refugiados, Trump preguntó que ¿por qué debían de recibir personas provenientes de ‘hoyos de mierda’?, (refiriéndose a países africanos y a Haití) y no podían atraer más migrantes de países como Noruega, probablemente el país más blanco que se le vino a la mente.

También tuvo un escándalo de índole sexual, pues se descubrió que presuntamente desvío más de 100 mil dólares de su campaña para comprar el silencio de una actriz pornográfica, con quien mantuvo relaciones sexuales mientras Melania Turmp estaba embarazada.

De igual modo se dio tiempo para la crueldad, cuando, como parte de su nueva política migratoria, ordenó la separación en la frontera sur de niños migrantes que venían acompañados de sus padres, para recluirlos en centros de detención y encerrarlos en jaulas.

Así podríamos seguir por diversos eventos tumultuosos, como el cierre del gobierno por no recibir fondos para su muro fronterizo (que México no pagó), el encarcelamiento de diversos allegados o su primer juicio político por intentar retener ayuda militar a Ucrania a cambio de que ese país lo ayudara a dañar políticamente a Joe Biden, quien lo terminaría derrotando en las elecciones presidenciales de 2020. Pero nada de eso es comparable con el manejo que le dio a la pandemia provocada por el COVID-19.

En enero de 2020 la reelección de Trump era un trámite, el gran momento económico que vivía el país lo encaminaba tranquilamente a un segundo mandato, pero todo cambió con el arribo del coronavirus. El presidente, a pesar de saber que se enfrentaba a la crisis de seguridad nacional más grande de su presidencia, y que era al mismo tiempo el mayor peligro para la salud pública de los últimos 100 años, intentó quitar seriedad a la situación alegando que, un día, milagrosamente, el virus desaparecería, que era menos grave que la gripe española o que no era necesario usar cubrebocas, además de pronunciarse en contra cerrar temporalmente establecimientos. Su falta de empatía y objetividad provocó que la situación se le revirtiera, pues, mientras cientos de miles de personas morían y millones más perdían sus empleos, el presidente intentó engañarlos, para no dañar sus ambiciones políticas. El hecho de que él mismo haya contraído la enfermedad, que mientras estaba hospitalizado obligara al servicio secreto a que lo llevaran a dar un paseo, o que cuando volvió a la Casa Blanca (a pesar de tener problemas para respirar) se quitó el cubrebocas, sólo aumentó esa percepción de irresponsabilidad.

Nocivo hasta las últimas consecuencias

Perdió las elecciones, pero obviamente no aceptó los resultados. Alegando un inexistente fraude electoral, puso de cabeza a una nación de por si dividida. Inició una batalla legal donde recibió decenas de reveses judiciales. Su derrota fue confirmada por el Colegio Electoral, aún así, presionó a las autoridades del Estado de Georgia para que revirtieran los resultados en esa entidad y, por si fuera poco, provocó una intentona de insurrección.

En un mitin afuera de la Casa Blanca, el día que el Congreso debía certificar los resultados de las elecciones, animó a sus seguidores a que marcharan hacia el capitolio y “retomaran el país”, porque según él, nunca lo tendrían ‘de vuelta’ sino mostraban fuerza. Dicho y hecho, sus más devotos seguidores marcharon y asediaron el Capitolio con la intención de impedir la certificación, mientras gritaban que iban a poner cabezas en picas o que colgarían al vicepresidente Mike Pence. La turba logró ingresar, causando todo tipo de destrozos materiales y provocando la muerte de cuatro personas. Ese mismo día, Trump subió un video a su cuenta de Twitter, donde reiteró las acusaciones de fraude electoral, pero pidió a sus seguidores que se marcharan en paz, que los amaba y que eran grandes patriotas. El llamado a la sedición y la fallida condena a esta provocó que fuera expulsado de diversas redes sociales como Facebook, Instagram, Youtube y su favorita, Twitter.

La certificación se llevó a cabo, muchos miembros de su propio partido condenaron los hechos y dijeron que el responsable era Trump, lo que puede ser un punto de inflexión en esa incomoda luna de miel entre el ahora expresidente y el partido republicano.

El día de hoy, Joe Biden ha juramentado su cargo, convirtiéndose así en el Presidente número 46 de los Estados Unidos de América, heredando una crisis sanitaria sin precedentes, una recesión económica y una profunda división.

Trump ha dejado la oficina oval, pero su nombre continuará resonando, ya sea por el nuevo proceso de juicio político al que se enfrenta (provocado por su llamado a la insurrección), su idea de formar un nuevo partido político, su amenaza con volver a lanzarse en 2024 o por la veneración irracional que le profesan sus seguidores. Para bien o para mal, Donald Trump ha cambiado la política estadounidense para siempre.

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