En plena Guerra Fría, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaban el poder en el tercer mundo a través de dictaduras sangrientas y guerrillas variopintas, José Ignacio Rucci, un burócrata sindical de la derecha peronista, profetizó hace 50 años una frase que lo trascendió incluso después de ser asesinado por la guerrilla peronista Montoneros: “Ni yanquis, ni marxistas. Peronistas”.
Eso es lo que es Alberto Fernández, el presidente argentino que acaba de regresar al país de una gira por Rusia y China, en donde firmó acuerdos con Vladimir Putin y Xi Jinping, y a la vez, cerró un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para refinanciar una deuda impagable de 44 mil millones de dólares que contrajo el ex presidente derechista Mauricio Macri.
La derecha vernácula, negacionista de la historia y poco adepta a la verdad, acusó a Fernández de embarcar al país hacia el comunismo. El Muro de Berlín cayó en 1989 y la Unión Soviética y el pacto de Varsovia se disolvieron en 1991, hace tres décadas. Y la llamada China comunista integra desde 2015 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), una de las asociaciones internacionales claves en el desarrollo capitalista a nivel mundial.
Durante su visita a Rusia, el presidente Alberto Fernández mandó un mensaje tranquilizador a Occidente: “Amigo de todos, satélite de nadie”. También dejó en claro que quiere incrementar la colaboración entre Buenos Aires y Moscú para que “Argentina sea la puerta de entrada de Rusia en América latina” y aseguró que está “empecinado en que Argentina deje esa dependencia tan grande que tiene con el FMI y con Estados Unidos”.
Los funcionarios de la Casa Rosada habían adelantado, antes de la llegada de la comitiva argentina a las tierras de Vladimir Ilich Lenin y Mao Tse Tung, que la visita a Rusia y China apuntaba a explorar inversiones de esos países, para ayudar a despegar a la Argentina, porque el acuerdo con el FMI dejaría las arcas nacionales muy complicadas: “Esta gira, sin el acuerdo con el Fondo, no tenía sentido: iba a ser un tema protocolar, Alberto pidiendo que lo ayuden con el Fondo, y Putin y Xi Jinping esperando que Argentina resuelva ese problema antes de avanzar con cualquier medida o acuerdo”, informó ElDiarioAR, el medio argentino más creíble.
El amigo americano
El pasado sábado 12 de enero, ya desde Buenos Aires, el presidente Fernández le hizo un guiño a Washington sobre el rol que jugó en el acuerdo entre Argentina y el FMI: “Así como (Donald) Trump en su momento trabajó para favorecer al gobierno de (Mauricio) Macri y darle un crédito muy nocivo para Argentina, también digo que, el gobierno de Joe Biden, cuando llegó el momento de dar una solución, acompañó”.
Y, por si fuera poco, los funcionarios de la Casa Rosada se mostraron orgullosos de que antes de que Alberto Fernández viajara a Moscú y Beijing, a mediados de enero, su canciller Santiago Cafiero voló a la capital de EEUU, en donde se reunió con el secretario de Estado, Antony Blinken. Tras reunirse con su par argentino, el funcionario de la administración Biden afirmó que “Argentina es un amigo y socio en nuestro hemisferio y más allá”, y destacó: “Apoyamos firmemente una economía argentina vibrante, que solo fortalecerá aún más nuestra propia asociación y el liderazgo de Argentina en nuestro hemisferio y más allá”.
Las palabras, más que una frase de ocasión, fueron un fuerte apoyo de EEUU, principal accionista del Fondo Monetario Internacional, para el acuerdo logrado con Argentina para el pago de unos 44 mil millones de dólares que recibió en 2018 el gobierno de Mauricio Macri como parte de un crédito récord de 57 mil millones de dólares, el más alto otorgado en toda la historia del organismo internacional.
En diciembre de 2019, el derechista Macri no logró su reelección, perdió en primera vuelta contra la dupla peronista Alberto Fernández – Cristina Fernández de Kirchner. En el transcurso de los dos años desde que dejó el poder hasta hoy, el ex presidente admitió que el mega préstamo del FMI se utilizó para que los bancos lo fugaran al exterior; práctica que el propio organismo internacional, presidido por la francesa Christine Lagarde -en épocas de Macri- y por la búlgara Kristalina Georgieva -en épocas de Fernández- convalidó en la práctica y que paradójicamente denunció en su reciente Evaluación Ex Post, que dirigió el economista noruego Odd Per Brekk, vicejefe del Departamento de Asia-Pacífico del FMI. El préstamo irregular del FMI a Macri sumá más sospechas de ambas partes: del prestamista y del tomador: no cumplió con tres de las cuatro cláusulas que el organismo financiero exige en su estatuto para otorgar créditos excepcionales.
El peronismo, los peronismos
Pero el gobernante del Frente de Todos no es solo Alberto Fernández, sino expresa una alianza de distintos peronismos, algo que para quienes no son argentinos, es difícil de entender: el presidente, que se define como un socialdemócrata y tiene excelentes relaciones con el chileno Marco Enríquez-Ominami, se siente ideológicamente cercano a la centroizquierda y centroderecha europea; mientras que la vicepresidenta y expresidenta Cristina Fernández, se mueve mejor con Putin, Xi Jimping, el cubano Miguel Díaz Canel y el venezolano Nicolás Maduro.
El jefe de Gabinete, Juan Manzur, un descendiente de árabes, tiene excelentes relaciones con EE.UU. e Israel; y el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, es un hombre de diálogo fluido con Washington, además de mandatarios derechistas como el chileno Sebastián Piñera o el ecuatoriano Gillermo Lasso.
Es que el peronismo no tiene ideología, es un movimiento andrógino: su fundador, el general Juan Domingo Perón, admiraba a su par italiano y fundador del fascismo, Benito Mussolini y, tras la Segunda Guerra Mundial, abrió las puertas de Argentina para que medio centenar de oficiales nazis se refugiara en el país, como evidencian los casos de los jerarcas Adolf Eichman y Erich Priebke.
Pero a principios de la década de 1950; Perón le dio un giro capitalista a su gobierno y promovió privatizaciones que auparon el desarrollo de la industria estatal, hasta que un golpe de Estado liberal bombardeó la Plaza de Mayo causando 300 muertos y lo derrocó. Allí, nació la Resistencia Peronista una proto guerrilla nacida en las fábricas pero que no logró mayores acciones armadas. En los ’60, con el líder en el exilio, el peronismo fue abstencionista y al final de la década la guerrilla peronista Montoneros debutó con el secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, uno de los golpistas de 1955.
El peronismo se arropó de democrático con la llegada de Héctor Cámpora a la Casa Rosada en 1973: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, decían los militantes que trajeron al General de regreso a Argentina y asumió su tercera Presidencia, sólo 49 días después de la asunción de Cámpora. Pero en 1974, las bandas de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) creadas por el ministro José López Rega bajo el amparo de Perón y la vicepresidenta Isabel Martínez de Perón, convirtieron al peronismo gobernante en una banda fascista.
La dictadura cívico militar tuvo a un peronismo cómplice y en el camino hacia la democracia en 1983, su candidato presidencial Italo Lúder propuso una amnistía para los militares responsables del genocidio. Ganó las elecciones el socialdemócrata Raúl Alfonsín de la Unión Cívica Radical y el peronismo se recicló en socialcristiano. Pero en 1989, el caudillo Carlos Menem prometió Salariazo y Revolución Productiva y ni bien asumió se convirtió al neoliberalismo y se alineó con Washington.
El gobierno derechista de la Alianza llegó una década después y Argentina estalló en 2001. El peronista Eduardo Duhalde apagó el incendio y dejó el camino listo para que en 2003, un desconocido Néstor Kirchner, que había sido menemista, implementara una política nacionalista alineada con Lula en Brasil, Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia.
El periodista Ernesto Tenembaum describió al peronismo en darwinista: “El peronismo se adapta a la situación del momento y retoma el poder con otra gente, no importa. En el peronismo no son neoliberales, no son keynesianos, no son yanquis ni marxistas, son darwinistas, se acomodan de acuerdo a su necesidad del momento”.
La derecha aplaude, el Frente se resiente
El acuerdo con el FMI provocó aplausos de la derecha argentina: desde la alianza macrista Juntos por el Cambio, pasando por los principales grupos económicos y la banca, hasta los medios que, a fin de cuentas, son grupos de poder. El sábado 29 de enero el presidente y su ministro estrella, Martín Guzmán, mostraron el entendimiento como un logro. Y en las redes sociales, la militancia oficialista salió a aplaudir como focas la firma del acuerdo.
Hasta que tres días después, el martes 1 de febrero, Máximo Kirchner, jefe de la bancada oficialista del Frente de Todos en Diputados e hijo de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, pegó un portazo y renunció a la presidencia del bloque. Y las focas dejaron de aplaudir en las redes sociales.
Este martes 15 de febrero, José Mayans, titular del Frente de Todos en el Senado, fue quien levantó la voz contra el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, al advertir que “el FMI tiene requerimientos para el Banco Central; además sobre el déficit, pide la suba de tarifas y la elevación de las tasas”, por lo que “habrá que ver cómo impacta eso en la economía”.
El kirchnerista Mayans, al igual que la izquierda trotskista apuntó contra el FMI y Mauricio Macri: “Hay una deuda que es ilegítima e ilegal porque no ha pasado por el Congreso. Esa plata entró y salió del país, y ahora todo el mundo tendrá que pagar la ineptitud y la impericia del gobierno de Macri”.
El presidente Alberto Fernández se encuentra en un laberinto propio de Jorge Luis Borges, el excelso escritor perseguido por el peronismo en los 50: mientras hace equilibrio entre Washington, Moscú y Beijing en el frente externo; la coalición de los peronismos siente los cimbronazos y la urgencia del presidente y sus socios, es llegar a 2023, aunque no los una el amor, sino el espanto.