Sin duda es un hecho que ha acaparado los titulares de Estados Unidos, porque se trata de la primera vez que una persona muere por utilizar un cigarro electrónico.
Sucedió en San Petesburgo, Florida, cuando a Tallmadge D’Elia, de 38 años, le explotó uno de estos cirgarrillos en la cara, incrustándole dos piezas en el cráneo y dejándole quemaduras en el 80% de su cuerpo.
Los forenses catalogaron el hecho como “heridas de proyectil”, y revelaron que este cigarro contenía una batería de mayor capacidad que los normales, y que pertenece a la marca Smok-E, de Filipinas.
Estos dispositivos fueron creados por los chinos en el 2004 y la demanda se disparó rápidamente por todo el mundo, dado que se suponía causaban un menor daño en los consumidores.
Sin embargo, 10 años más tarde se comprobó que el riesgo de adquirir una enfermedad cancerígena por “fumar” de estos aparatos, no estaba muy lejos de aquellos que lo hacían de manera tradicional.
Lo anterior debido a que estos dispositivos también contienen nicotina, propilenglicol, formaldehido y otros químicos tóxicos.
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Tan sólo en Estados Unidos entre 2009 y 2016 se contabilizaron 195 incidentes relacionados con la explosión de cigarros electrónicos, de los cuales 38 estuvieron a punto de perder la vida.