A 79 años del disparo más importante de la segunda Guerra Mundial, el suicidio de Adolfo Hitler, el 30 de abril de 1945 en el búnker de la Cancillería de Berlín, significó el fin del III Reich y posibilitó acabar el conflicto en Europa.
Al abrir la puerta y echar un vistazo, sus secuaces veían estupefactos la escena: Hitler yacía en un sofá muerto con un agujero del tamaño de una moneda en la sien derecha. Junto al pie derecho había una pistola Walther calibre 7.65, la suya, con la que se había disparado.
Por su mejilla corría un hilo de sangre que formó en la alfombra un charco de las dimensiones de un plato. La mano izquierda del líder nazi descansaba sobre su rodilla con la palma mirando hacia arriba y la derecha colgaba inerte.
El historiador francés Philippe Valode, que analiza en su libro Prefirieron morir el fenómeno poco estudiado del suicidio como “solución final”, estima en unos 200 los jefes nazis que se quitaron la vida, si bien en la población alemana la cifra pudo ser de 50 mil.
Según sus cálculos, en 1945 al menos 200 líderes nazis se suicidaron por motivaciones diversas: “escapar al castigo de los aliados, pero también rechazar el momento de la vergonzosa derrota o no aceptar asistir a la destrucción del Estado nacionalsocialista”.
Autor de medio centenar de obras de historia moderna, sobre todo de la segunda Guerra Mundial, Valode sostiene que “el suicidio de Hitler inició una reacción en cadena entre los altos cargos nazis y muchos siguieron su ejemplo, el primero Goebbels con toda su familia”.
Untermenschen

La nota de suicidio del dictador es parte de un grupo de telegramas del final del tercer Reich. El documento registra la última decisión de Hitler de permanecer en Berlín para luchar “la batalla decisiva por Alemania”, explica la casa de subastas Alexander Historical Auctions.
El telegrama, considerado único documento que refleja la decisión de quedarse, data del 24 de abril de 1945 y es la respuesta al mariscal Ferdinand Schörner, que manda el primer escrito dirigido al “Führer y al Comandante Supremo de las Fuerzas Alemanas” el 23 de abril.
En su delirio racial, el dictador nazi pensaba que un país que consideraba poblado por untermenschen (subhumanos) sería subyugado en cuestión de semanas, como había ocurrido con Polonia, Francia o los Países Bajos.
La impactante noticia, que parecía anunciar el inminente fin de la guerra, la desaparición del hombre que “se había convertido en la encarnación del mal absoluto” ─según el Times de Londres─, fue recibida con una incredulidad que duraría décadas.
A las 21:30 del 1 de mayo de 1945, la radio de Hamburgo informó que haría “un anuncio grave e importante”, y comenzó a transmitir música de Richard Wagner, compositor predilecto del líder nazi, seguido de un fragmento de la séptima sinfonía de Anton Bruckner.
“Nuestro Führer ha caído en la Cancillería del Reich luchando contra el bolchevismo y por Alemania”, dijo a las 22:20 un locutor antes de dar la palabra al comandante de la Armada alemana, Karl Dönitz, quien afirmó que el líder había tenido “la muerte de un héroe”.
El hombre que había prometido construir un imperio que duraría un milenio abandonaba la carrera tras pasar en el poder 12 años, en los que sacudió al mundo a sangre y fuego, dejando una Europa en ruinas y una Alemania destruida y ocupada.