Los artesanos indígenas mexicanos han denunciado el plagio de sus diseños por parte de marcas y diseñadores internacionales y han tachado como una violación a la propiedad intelectual su intento de justificar el uso de estos patrones como un homenaje al patrimonio cultural local.
Hacer una típica muñeca de trapo Lele puede demorar hasta 14 horas, mientras que bordar una bolsa implica un trabajo de meses, comenta Carmen Lucio, una mujer indígena otomí.
El escándalo del robo de identidad textil estalló en 2015, cuando Susana Harp, cantante y senadora de la República, denunció en su cuenta de Twitter el hurto de un diseño mexicano.
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Hoy en día, seis años después de aquella denuncia en Twitter, la Cámara Alta de la República, aprobó por unanimidad la Ley Federal de Protección del Patrimonio Cultural de los Pueblos y Comunidades Indígenas, que estipula que todo aquel que robe o plagie la identidad textil y cultural de los pueblos autóctonos podrá recibir una pena de hasta 20 años de cárcel.
Aunado al reclamo estatal está también la exigencia de los pueblos indígenas a parar el plagio de sus textiles, su cultura y el hurto de las piezas prehispánicas cuyo único dueño, según subrayan, es la nación mexicana.
Los diseños y el arte del país se han ganado un lugar destacado a nivel mundial, sin embargo, más allá del vaivén de las tendencias de moda, detrás de los bordados y las históricas piezas, hay toda una cultura profunda.
Con información de: RT
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