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Agonizan 51 lenguas indígenas

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Tienen poca presencia en medios de comunicación y el ciberespacio. Viven en constante violación a su derecho de ser escuchadas y carecen de atención por parte de los tres niveles de gobierno. Si nada mejora para ellas, dentro de dos décadas el 80 % de las lenguas indígenas que ahora se encuentran en muy alto peligro de extinción, habrá desaparecido.

Si su contexto no se transforma, 51 idiomas originarios, de los 64 que actualmente se encuentran en mayor riesgo de extinción, se convertirán sólo en referencia histórica, como aquella que documenta que antes de la conquista había más de 500 lenguas y que durante su desarrollo se perdieron 143. O aquella que refiere que en la época de la revolución, sólo seis más dejaron de existir.

Hoy, el panorama no es alentador para ninguna de las sobrevivientes. Según datos del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali), de las 364 variantes lingüísticas que existen, 185 están en riesgo no inmediato de extinción; 72 en peligro mediano, y 43 en alto riesgo.

Pero son 64 las que están en muy alto riesgo, en el límite del precipicio si no son revaloradas y rescatadas, son aquellas que cuentan con menos de 100 hablantes (en localidades con 30 % y más de hablantes de lenguas indígenas), según un conteo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Éstas son las que podrían morir en los próximos 20 años.

“Las lenguas están amenazadas porque tienen poca presencia en los medios de comunicación y en el ciberespacio, no han sido tomadas en cuenta por diversas instituciones públicas [en los tres órdenes de gobierno]. Se han relegado al uso familiar, comunitario, se ha disminuido el uso. Por políticas públicas monolinguales dejaron de transmitirlas también a sus hijos, y a todo eso hay que agregarle la discriminación”, dice Javier López Sánchez, director del Inali.

Se visitó a cuatro comunidades donde se habla kiliwa, oluteco, kaqchikel y odami tepehuano, donde se comprobó que el promedio de edad de los hablantes rebasa los 70 años de edad. En todas escuchamos expresiones como las siguientes al preguntarles sobre su lengua originaria: “Cuando mucha gente me ve llegar, como que se burla… Yo me acostumbré a soportar y a ser resistente. Si no seguimos hablando es como si ni hubiéramos nacido. Me duele mucho el alma que nuestra lengua se acabe”.

En el recorrido se evidenciaron contrastes entre las cifras del Inegi y la realidad de las comunidades, respecto al número de hablantes. Por ejemplo, en el caso de la lengua kiliwa, en el Valle de La Trinidad, en Ensenada, Baja California, se tienen registrados 194 hablantes, pero en realidad sólo hay cinco personas. En el caso de la lengua oluteca, según el Inegi hay 90 hablantes, pero sólo encontramos tres.

Por temor a la discriminación y el racismo, algunos indígenas niegan hablar su lengua.

La voz de Cayetano, hablante de kaqchikel, hace eco de la situación, podría ser la de todos estos hablantes: “Ser indio no es ser inferior ante nadie, nuestra diferencia lingüística no es factor de cohibición o vergüenza”.

‘Le dan más prioridad al inglés’

Aunque la comunidad de Mazapa de Madero, Chiapas, está a 11 kilómetros de Guatemala y a 2 mil 300 de Estados Unidos, sus habitantes prefieren hablar inglés que kaqchikel, una lengua con más de 300 mil hablantes en el país vecino, pero con sólo 60 en México, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

“Le dan más prioridad al inglés que a nuestra lengua, hasta ahorita que decimos que preescolar es kínder, ¡hasta ahí meten el inglés!”, dice Pablo García, el hablante kaqchikel más joven, con 59 años de edad y más de 20 como maestro de la comunidad.

Como parte de esta última labor, Pablo encabezó un programa del Instituto Nacional de las Lenguas Indígenas (Inali) para revivir el kaqchikel: libros de educación básica en esa lengua. El resultado fue nulo. No hay un solo niño que lo haya aprendido. Las posibilidades de que suceda son cada día menores: la mayoría de las 60 personas registradas como hablantes por el Inegi, en realidad sólo lo entienden.

Preocupado por la extinción de la lengua, Pablo piensa como otros habitantes: “Ya se está acabando pues…”.

A pesar de todo, la voz kaqchickel se resiste. Aún sobrevive.

 MARDONIO CARBALLO

‘Dejar de ser escuchado’

En la tierra de La Malinche solamente tres personas hablan en la actualidad en oluteco… El conteo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) señala de forma oficial que hay 90 hablantes, pero los pobladores de Olutla, Veracruz, indican que únicamente Nicolasa, de 96 años; David, de 74, y Diósgoro, de 70, son aquellos que mantienen conversación en su idioma originario.

Esa mañana de agosto, en el centro de la ciudad veracruzana comienzan a bromear los dos señores: “Cumei chanai [¿Cómo estás, culebra?]”, ríen los dos, mientras comienzan a señalar quiénes son los que verdaderamente hablan oluteco. En el último año, Diósgoro Prisciliano Esteban acondicionó un cuarto de su casa como un salón de clase. Ahí asisten adultos, niños y ancianos que quieran aprender la lengua madre de la tierra de la Lengua (así era llamada La Malinche por Cortés).

Para Diósgoro, el exsíndico del pueblo, “desparecer es dejar de ser escuchado”. Recuerda que de niño se juntaba con los adultos y esperaba que le contaran las leyendas del pueblo, entre ellas la de La Malinche. Años después, con un cargo político, mandó a poner la estatua de “doña Marina”, La Malinche, a la entrada del pueblo, esperando que eso ayudara a que su lengua no se olvidara.

‘Ya no hay más hablantes’

Los caminos que recorrían los kiliwas para la caza, recolección y pesca, desde la costa en Bahía de San Felipe, en el Mar de Cortés, a Valle de la Trinidad, a 250 kilómetros rumbo al Pacífico, se redujeron al Arroyo del León, en el municipio de Ensenada en Baja California. Ahí, asentados entre piedras y caminos de terracería piensan en los tiempos cuando había mucho kiliwa, donde se cazaba venado, donde tatemaban (asar o tostar) el mezcal y comían miel. Lejos están los días cuando para contar a los kiliwas tenías que usar más de una mano. Cuando en 1980 el gobierno comenzó a hacer el conteo de hablantes kiliwas, eran 28, seis años después 13, y 10 años más tarde, 1999, sólo eran cinco, hoy en día sobreviven: Hipólita Espinoza Higuera (99 años), Leonor Farldow Espinoza (78 años), José Ochurte Espinoza (73 años), Eusebio Álvarez Espinoza (55 años) y Leonardo Maytorell (57 años).

“Ya se acabó. Ya no hay hablantes”, dice Leonor, hija de una mujer kiliwa y padre texano. Ella participó en todos los programas que se elaboraron desde 1993 para salvar la lengua: diccionarios, libros de cuentos, acceder a todas las entrevistas con lingüistas interesados, documentales. Se calculan entre 30 y 50 hablantes según la época del año, pero en esa junta, hay menos de 15.

‘Quieren dejar la lengua’

Antonio no se imagina una vida sin el odami tepehuano: su lengua. Vive en Baborigame, en la Sierra Tarahumara en Chihuahua. Se dedica al campo y si un día su idioma dejara de escucharse, afirma, ya no valdría nada.

“Si lo pierdo, no puedo valer igual. La palabra es la lengua mía”. Su nieto nacerá en los próximos días en el hospital de Guachochi, a 100 km de distancia. Dice que, como lo hizo con su hijo, a pesar de que la gente ya no lo acostumbra, le enseñará primero su lengua madre, ya en la escuela le enseñarán español: “Quién sabe por qué muchos quieren dejar la lengua de uno. Están agarrando la lengua del mestizo”.

Según los encargados de la comunidad, hay alrededor de seis mil personas que lo hablan a lo largo del municipio de Guadalupe y Calvo, dividido por zonas. La mayoría son mayores pero dicen que hay hablantes de todas las edades. Las familias que están alejadas de la ciudad son las que mantienen mayor número de hablantes.

Cirilo es hijo de Antonio, tiene 25 años y espera la llegada de su primer hijo. Habla con más fluidez el español que su papá. Explica que su padre lo aprendió juntándose con los “mestizos” que encontraba cuando iba a Baborigame a comprar materiales a los 18 años.

“A mi hijo vamos a enseñarle. Hablamos el tepehuano y vamos a enseñarle lo que es el tepehuano. Es difícil que mi lengua desaparezca, pero a cómo vamos, puede ser… Los hablantes son discriminados”, dice.

El Universal

El Universal

En el olvido por reformas

El presidente de la Comisión de Asuntos Indígenas en el Senado, Jorge Toledo Luis (PRI), dice estar preocupado por la pérdida de lenguas originarias: “Donde se tiene que incidir más es en la Reforma Educativa, para que se genere un esquema que fortalezca las lenguas y las respete”, afirma.

Hablante de zapoteco de la costa, de padres indígenas, el senador Toledo Luis afirma que “si no se fortalece la Reforma Educativa [promulgada en 2013] tenemos un riesgo latente de perder lenguas”.

Explica que no hay un solo culpable de la pérdida de variantes lingüísticas indígenas, sino el “sistema estructural del Estado mexicano”, porque desde que comenzó la escolarización querían que todo fuera en castellano. Afirma que no hay infraestructura para fortalecer las lenguas originarias.

Para el periodista Mardonio Carballo, indígena originario de Chicontepec, Veracruz, hablante de náhuatl, lo que tienen en común las reformas impulsadas por el actual gobierno mexicano son las comunidades indígenas, porque no son consideradas.

“La gran bronca de la Reforma Educativa es que no contempla a las lenguas originarias. La de telecomunicaciones es que inhibía el uso de las lenguas indígenas en los medios de comunicación y la reforma energética, ¿dónde están los recursos naturales? En territorios indígenas. ¿Qué quiero decir con esto? Que la tres reformas estructurales impulsadas por el gobierno de Enrique Peña Nieto tienen una cosa que los une, que son los pueblos originarios”.

Mardonio Carballo, quien en febrero de este año ganó un amparo en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) contra el artículo 230 de la Ley Federal de Telecomunicaciones, que establecía el uso exclusivo o preferente del idioma español en las concesiones de radiodifusión, comentó que “mientras no haya políticas públicas que vayan más allá de traducir ‘El Principito’ y la Constitución Mexicana a lenguas a indígenas, nada va a ocurrir”.

El conductor del programa televisivo “Doble Raíz” (Canal 22), dice que México “es un país destinado a negarse a sí mismo. A caminar abandonando uno de sus pies y yendo de cojito. El gran problema de México es el no reconocimiento de los pueblos originarios”.

El académico y defensor del náhuatl en la Ciudad de México, Javier Galicia, dice que perder una lengua es perder parte de nuestro patrimonio cultural: “Es perder una manera de percibir el mundo”. Hablante primero de su lengua madre y luego del español, dice que se tienen que defender las lenguas indígenas desde las políticas públicas, porque a pesar de que México es un país plurilingüe, con 69 lenguas y 364 variantes, sólo se da prioridad a una, que es el español.

Destaca que uno de los grandes factores por los que la gente ya no habla la lengua se debe a la discriminación. “Todo el tiempo el ser indígena conlleva un sentido de discriminación, por cómo hablas, cómo vistes, el color de piel. Es una discriminación tácita. Entras a una tienda y te van siguiendo para ver si no te robas algo. Cuando te escuchan hablar en lengua indígena no piensan ‘mira, es un bilingüe, no. Piensan que es una lengua indígena, pero si escuchan hablar a alguien alemán, inglés, se maravillan”.

Al preguntar al senador sobre cuál era la forma para que la gente vuelva a hablar su lengua madre, dice que combatiendo la discriminación, y con ello fortalecer “el orgullo de ser hablantes indígenas”.

Agencias

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