Rocío Martínez Preciado

“Te miro a los ojos y entre tanto llanto parece mentira que te hayan clavado, que seas el pequeño al que he acunado y que se dormía tan pronto en mis brazos, el que se reía al mirar al cielo y cuando rezaba se ponía serio.

Sobre este madero veo aquel pequeño que entre los doctores hablaba en el templo, que cuando pregunté, respondió con calma que de los asuntos de Dios se encargaba, ese mismo niño es el que está en la cruz, el Rey de los hombres se llama Jesús.

Ese mismo hombre ya no era un niño cuando en esa boda le pedí más vino, le dio de comer a un millón de gente, a pobres y enfermos los miró de frente, rió con aquellos a quienes más quiso y lloró en silencio al morir su amigo. Ya caída la tarde se nublan los cielos, pronto volverás a tu padre eterno, diviértete pequeño, duérmete mi niño, que yo te he entregado todo mi cariño, como en Nazaret aquella mañana; he aquí tu sierva he aquí tu esclava”.

“-Dios te salve María llena eres de gracia el Señor es contigo. Bendita eres entre todas la mujeres y bendito es el nombre de Jesús”.

Ser madre, significa tener una razón de ser para el resto de tu vida, ser madre no significa solo cambiar pañales, calentar biberones o pelearte con los purés, eso sólo es el comienzo, el momento en que una madre se da cuenta de que es capaz de hacer cualquier cosa por un mundo al que ha dado la vida, ese mundo es el hijo en el que hay millones de ilusiones, un amor que a su vez es eterno e infinito.

La maternidad no significa sonreír siempre, si no también llorar a mares, ningún idioma puede expresar el poder de belleza y heroísmo del amor de una madre.

Ser madre comienza cuando sabes que te convertiste en el ser más gigante y maravilloso del hombre, que tu cuerpo guarda y protege una joya, su luz comienza irradiándote, tus ojos mujer, son luz de la presencia de Dios dentro de ti.

El amor crece día a día, momento a momento, esa sensación increíble es inexplicable, y qué decir, cuando tienes en tus brazos a ese tesoro que acuñaste en tu vientre durante nueve meses, el regalo de Dios más divino que puede existir se llama la vida.

Madre, sentiste a tu hijo crecer dentro de ti, tu madre sintió lo mismo al tenerte a ti, lo mismo con la madre de tu madre y así sucesivamente, una cadena de amor.

Madre, ¿Te imaginas el sentir de mamá María al saber que sería la madre de Jesús?, ¿Qué fue lo que respondió? “He aquí la esclava del señor, hágase en mí su voluntad”. Ella no dudo en responder sabiendo que su hijo sufriría, sabiendo que tendría también mucho dolor en su vida ella como madre.

Las madres muchas veces dudamos y nos lamentamos por las situaciones difíciles por las que pasamos, ya sea por el carácter de nuestro hijo, su comportamiento o por alguna noticia como una enfermedad que amenaza con lastimar a nuestro tesoro.

Por eso hoy en “Semana Santa”, quise recordar a esa madre, mamá María, esa mujer que es como un capullo de flor, su suavidad al abrirse se transforma en belleza y perfuma a quien la ve; ejemplo de confianza en su hijo cuando se le perdió, estaba en el templo y lo que Jesús le respondió, y qué decir cuando le pidió a ese hijo amado ayuda para el vino agotado en la boda de Cannan, esa confianza, ese amor incansable e increíble de María a Jesús, es el mayor acto de amor de una madre.

Si tu como yo, has entregado un hijo a Dios, sólo nos queda imitar a la virgen y confiar, confiar en que Dios nunca se equivoca, confiar en que Dios y María serán nuestra cruz y amor que nos sostendrán en el dolor de ya no ver más a nuestro hijo.

El amor de madre es a veces como el aire , invisible pero necesario, como el agua, calma nuestra sed, como el sol ilumina nuestras vidas, como el arcoíris, nos dibuja sonrisas diferentes.

A ti madre que eres ahora una mamá “María”, que en estos momentos está pasando una situación de enfermedad de su hijo, que si los doctores te dicen, “tu hijo morirá, tu hijo esta grave, tu hijo no tiene cura”, sepas madre, es tiempo de responder con esa confianza de María cuando pidió su primer milagro a su hijo, ella no dudo ni un momento sólo se lo pidió. Así tú, madre, pídele a Dios que salve a tu hijo, pídele a mamá María para que interfiera Dios por ti, como hija y madre y sabrás lo que es su amor.

Mi hijo Alonso de ocho años de edad, que se fue al cielo con su mejor amigo como le llamaba él a Dios, me demostró y enseñó una confianza de niño hacia Dios.

Cuando llegan a mí las personas y me preguntan, ¿Por qué los niños enferman de cáncer si apenas comienzan a vivir?, no sé exactamente la respuesta, sólo sé que un niño de ocho años, que es mi hijo y ahora está con su mejor amigo en el cielo, me demostró que el amor verdadero no se rompe o destruye ni la muerte. Ese niño me enseñó que Dios ama tanto a los niños y que dijo: “dejad que los niños vengan a mí porque de ellos es el reino de los cielos”. Gracias hijo por tu confianza en Dios padre.

Gracias madre María que, aunque mis ojos lloraron ríos de lágrimas y mi corazón me doliera tanto hasta casi ahogarme por perder a mi hijo, me enseñaste con tu fortaleza y enseñanza de madre, que eres una inspiración, una melodía de amor que alimenta a las madres como yo, a esas madres guerreras que saben, guardan y defienden a su mayor tesoro que Dios y la vida le regalaron, sus hijos.

Jesús te contemplo en la cruz clavado, crucificado y sólo quiero decirte, confío en ti, por que tu confiaste en mí y me diste la vida,  gracias por la magia de tu amor, ¡Que ni la muerte lo romperá!

Dios por delante.

Rocío Martínez Preciado

Los Planes de Alonso

Presidenta

Cel.  4626058359

Correo: rociomartinezpreciado@hotmail.com

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